GIGANTES
Texto: Comparsa de Gigantes y Cabezudos de Pamplona
("Los Gigantes de Pamplona", 1984, págs. 77-83)
Son los personajes que más destacan de todo el cortejo, quizás por sus 3,85 a 3,90 metros de altura que, con el bailador dentro, llegan a alcanzar los 4,20.
Aunque, sobre el decirlo, señalemos que son cuatro parejas que parecen representar las "cuatro partes del mundo", como señala Tadeo Amorena en su solicitud al Ayuntamiento. Siguiendo el orden de desfile se les conoce por: Rey y Reina Europeos, Rey y Reina Asiáticos, Rey y Reina Africanos, y Rey y Reina Americanos.
Cada figura está formada por dos cuerpos. El inferior es un caballete de madera pesada, haya o pino, consistente en cuatro patas unidas por crucetas que divergen un poco al bajar hasta el suelo, ocupando en su base una superficie aproximada de un metro cuadrado. La parte superior del caballete termina en un bastidor formado por cuatro listones que se cruzan en un cuadrado cuyos lados sobresalen.
En los vértices de este cuadrado encajan las puntas de cuatro listones que al ascender divergentes forman el ánima del cuerpo superior, consistente en un castillete rodeado por aros de madera que le hacen adoptar la forma anatómica del tronco del Gigante. El inferior de estos aros, más grande, se sujeta en los extremos salientes de los listones que forman el cuadro superior del caballete dando forma a las caderas.
El castillete termina por arriba en una cruceta de listones desiguales y en la que se unen ambos brazos sujetándose por sendos círculos de madera al listón más largo. Quedan por fin otros dos listones formando la estructura interior de la cabeza.
Los brazos están formados por listones y círculos de madera que les dan forma y se articulan en el codo y en el hombro. Estas articulaciones son simples correas que unen las partes contiguas. Las muñecas se sujetan, posteriormente, al caballete de forma que adopten una posición algo delantera.
El armazón del castillete superior está revestido por cartón-piedra y arpillera, y protegido por pintura al óleo.
En el interior del caballete hay dos correas fuertes y anchas atadas al cuadro superior en el sentido de marcha del Gigante, donde el bailador coloca los hombros. Por encima, ya en el castillete, una almohadilla de cuero se mantiene con cuatro correas en dirección diagonal para recibir la cabeza del bailador. El tensado de las correas y el centrado de las almohadillas es fundamental a la hora de conseguir el dominio del equilibrio del Gigante.
También tiene su razón de ser el hecho de que el caballete esté construido de madera pesada, ya que, en caso contrario, el centro de gravedad del Gigante se situaría por encima de la cabeza del bailador corriendo gran riesgo de caer a la menor inclinación.
Este es uno de los grandes aciertos de su constructor, Tadeo Amorena, y la experiencia lo ha ratificado ya que en 1970, con el fin de aligerar el peso de las figuras, se cambiaron los caballetes y vástagos originales de dos Gigantes: el Rey Europeo y el Rey Africano o Barbas, por otros construidos en perfil de aluminio viéndose altamente deteriorados el equilibrio y la agilidad de ambas figuras.
En cuanto a la vestimenta, la única prenda en común que tienen los ocho personajes es una falda que, sujeta a la cintura del Gigante, cae hasta el suelo cubriendo el caballete.
Esta falda tiene por delante una franja vertical de tela de visillo con el fin de que el bailador pueda ver y, en el borde inferior, un ancho ribete de diferente color que la falda que suaviza la transición de las proporciones del Gigante a las de los pies del bailador al mismo tiempo que a la vista lo hace más proporcionado.
Es de señalar en todo caso que la Reina Asiática carece de esta franja y en ella se puede comprobar este efecto óptico al bailar.
Citemos ahora algunos detalles de conjunto, como son los vistosos colores de sus ropas, que en la época en que nacieron estos Gigantes a no dudar destacarían sobre el fondo de las rúas pamplonesas, de tonos mucho más apagados, aportando una importante contribución a la alegría visual de las fiestas amplificando la vistosidad de sus bailes.
De la misma forma, cinco de ellos están ataviados con capas o mantillas que vuelan al viento cuando el Gigante baila, aumentando la armonía de la danza y el volúmen escénico. El contraste entre el baile de un Gigante de ropa ceñida como el Rey Asiático o los Reyes Negros, y los demás es un detalle que no escapa a los ojos de un espectador atento y añade variedad al espectáculo.
Otra de las características curiosas de estas figuras es que en reposo no están proporcionadas sus dimensiones: les falta altura. La adecuada proporción la adquieren cuando el bailador levanta el Gigante para moverlo.
Además, sobre el suelo, adoptan una posición ligeramente inclinada hacia atrás. Este hecho hace que el Gigante presente un aspecto majestuoso cuando está quieto, pero además resuelve el problema del contrapeso que supone el que, los brazos se sitúen en una posición algo delantera y evita el que cuando el bailador lo maneja, se incline la figura hacia delante, restándole elegancia.
De todas formas, incluso cuando el bailador levanta el Gigante, su postura continúa ligerísimamente echada hacia atrás, lo cual hace que, cuando da vueltas, el eje de giro de la figura no coincide con el del bailador, de forma que amplifica el movimientos al estar el bailador obligado a describir círculos de cierta amplitud y no poder girar sobre sí mismo.
Igualmente el sistema de agarre del bailador tiene su importancia: mediante la almohadilla superior el equilibrio es manejado por el bailador con su cabeza, permitiéndole una variada gama de recursos en su danza. Pero además el que el peso descanse sobre dos correas flexibles y no sobre travesaños rígidos amplifica los más leves movimientos del bailador y adquieren la proporción que tendrían si fuera el propio Gigante el que se moviera.
Citemos ahora algunos detalles de conjunto, como son los vistosos colores de sus ropas, que en la época en que nacieron estos Gigantes a no dudar destacarían sobre el fondo de las rúas pamplonesas, de tonos mucho más apagados, aportando una importante contribución a la alegría visual de las fiestas amplificando la vistosidad de sus bailes.
De la misma forma, cinco de ellos están ataviados con capas o mantillas que vuelan al viento cuando el Gigante baila, aumentando la armonía de la danza y el volúmen escénico. El contraste entre el baile de un Gigante de ropa ceñida como el Rey Asiático o los Reyes Negros, y los demás es un detalle que no escapa a los ojos de un espectador atento y añade variedad al espectáculo.
Otra de las características curiosas de estas figuras es que en reposo no están proporcionadas sus dimensiones: les falta altura. La adecuada proporción la adquieren cuando el bailador levanta el Gigante para moverlo.
Además, sobre el suelo, adoptan una posición ligeramente inclinada hacia atrás. Este hecho hace que el Gigante presente un aspecto majestuoso cuando está quieto, pero además resuelve el problema del contrapeso que supone el que, los brazos se sitúen en una posición algo delantera y evita el que cuando el bailador lo maneja, se incline la figura hacia delante, restándole elegancia.
De todas formas, incluso cuando el bailador levanta el Gigante, su postura continúa ligerísimamente echada hacia atrás, lo cual hace que, cuando da vueltas, el eje de giro de la figura no coincide con el del bailador, de forma que amplifica el movimientos al estar el bailador obligado a describir círculos de cierta amplitud y no poder girar sobre sí mismo.
Igualmente el sistema de agarre del bailador tiene su importancia: mediante la almohadilla superior el equilibrio es manejado por el bailador con su cabeza, permitiéndole una variada gama de recursos en su danza. Pero además el que el peso descanse sobre dos correas flexibles y no sobre travesaños rígidos amplifica los más leves movimientos del bailador y adquieren la proporción que tendrían si fuera el propio Gigante el que se moviera.