TADEO AMORENA

EL AUTOR DE LOS OCHO GIGANTES, DE DOS KILIKIS Y DE DOS ZALDIKOS

Texto: Gabriel Imbuluzqueta
("Los Gigantes de Pamplona", 1984, págs. 30-36)


Hablar de los Gigantes y no hacerlo de su creador, de Tadeo Amorena, de Eleuterio Tadeo Amorena Gil, para dar su nombre completo, sería injusto. Sería como negar a los Gigantes el derecho a tener un padre conocido.

Tadeo Amorena, según consta en el libro 11, folio 224, número 32 de partidas de bautismo de la parroquia pamplonesa de San Nicolás, nació en Pamplona en 1819. El mencionado documento reza textualmente:

"En diez y nueve de Abril de mil ochocientos diez y nueve bautizó mi teniente el Presbítero Dn. Juan José de Lizarraga a Eleuterio Tadeo de Amorena, que nació ayer a las siete y media de la tarde. Es hijo legítimo de Esteban Amorena, natural de Arizcun, y de Ramona Gil, natural de esta ciudad. Abuelos paternos Juan Amorena y Catalina Echeberría, naturales de Arizcun; y maternos Juan Pedro Gil, natural de Legarda, y Josefa Beroiz, natural de Cemborain. Fue su madrina Tadea Mendiavarena, natural de esta ciudad, a quien advirtió el parentesco espiritual y obligaciones respectivas. Y en fe de ello firmamos en Pamplona, Dn. José Francisco de Lecumberri, Vicario de San Nicolás. Dn. Juan José de Lizarraga, Teniente de San Nicolás".

Es importante hacer constar que tras el pequeño detalle de que era oriundo de Arizcun por ascendencia paterna -dato que en muchos casos no pasaría de ser meramente anecdótico- se esconde su origen agote. Tadeo Amorena era hijo de Juan Esteban Amorena Echeberría, nacido el 25 de mayo de 1779 en la Casa Amonea, situada en el barrio de Bozate, en Arizcun; y en la misma casa nacieron sus antecesores paternos, quienes, a su vez, se habían casado a través de las diversas generaciones con mujeres del citado barrio. Aunque no es este el lugar idóneo para analizar el significado de ser agote en los comienzos del siglo XIX, conviene no olvidar la grave marginación a la que los así catalogados se hallaban sometidos.

Juan Esteban Amorena, nacido trece años después de la unión sacramental de sus padres, emigró a Pamplona, probablemente obligado por la necesidad de un trabajo que en su casa natal no podía encontrar al tener varios hermanos mayores que él. Juan Esteban, pintor de profesión, se casó, como figura en la partida de nacimiento de Tadeo, con la pamplonesa Ramona Gil. Eleuterio Tadeo fue el tercer fruto del matrimonio.

De niño y joven vivió, según consta en distintos padrones municipales, en el barrio de las Tornerías, más tarde calle San Nicolás, número 56, bien con sus padres, hermanos mayores María y Andrés y tío José Gil, de profesión cordonero (censos correspondientes a 1827 y 1829), o con su madre, ya viuda, y hermana María (censos de 1832 y 1835). Esteban Amorena había fallecido el 27 de diciembre de 1831, mientras que Ramona Gil murió el 14 de octubre de 1838.

Teniendo ya la profesión de pintor, dos días antes de cumplir 24 años (en el acta figura por error que tenía 25 años), el 16 de abril de 1843 se casó en la iglesia de San Nicolás con Ezequiela Pascuala Muñoz Iribarren, que seis días antes había cumplido los 16 años de edad (también hay un error en el acta de matrimonio, donde figura que la desposada tenía 18 años). Pascuala Muñoz había nacido el 10 de abril de 1827 en la Cuesta de Palacio, número 10, en el seno de una familia humilde. Fueron sus padres Juan Muñoz, natural de Baeza (Jaén), de profesión labrador (padrones de 1825, 1826 y 1831), comerciante (1835) y fiel de la ciudad (1838 y 1843, según el acta matrimonial de su hija), y Andresa Iribarren, de Pamplona. Cuando tenía 4 años, bajo el techo familiar vivían además de ella, sus padres, sus dos hermanos, tres huéspedes y una sirviente. Cuatro años más tarde, el padrón municipal hace figurar a sus padres y hermanos mayores en el número 63 de la calle San Nicolás, aunque Pascuala no figura en la relación quizá por vivir, por necesidades económicas o de otro motivo con otros parientes. En 1838, sin embargo, la joven Pascuala vivía ya en el citado domicilio familiar, lo que quiere decir que era vecina del que cinco años más tarde sería su esposo. Pascuala vivía en el mencionado año de 1838 con sus padres, su hermana María, su abuela paterna, Juana Cabrera, natural de Baeza, de 70 años de edad, y con la sirviente Felicia Laquidain, natural de Esquiroz.

El nuevo matrimonio fijó su hogar en el número 10 de la calle Navarrería, edificio en el que también residía María, hermana de Tadeo, casada con el estañero pamplonés José Goñi. No obstante, dos años más tarde figura que Tadeo Amorena había trasladado su domicilio conyugal a la casa natal de San Nicolás 56, y contrató los servicios como sirviente de la joven María Beramendi, natural de Sorauren. En 1848 vivía con el matrimonio la niña de 10 años (¿fue adoptada porque no tenían hijos?) Benita Onsalo.

Tadeo Amorena, pamplonés de pro, trabajó para convertirse en maestro pintor cualificado. Aunque no haya quedado constancia de ello, tuvo que ser amante de las fiestas y tradiciones pamplonesas -lejos, demasiado lejos probablemente, quedaban su origen baztanés y las incomprensiones de ser agote- hasta el punto de dirigir al Ayuntamiento constitucional de la ciudad un escrito ofreciéndose a construir uno o dos gigantes para la comparsa sin recibir otra remuneración que la del costo de los materiales empleados. La carta de ofrecimiento decía textualmente:

"El que suscrive maestro pintor becino de Pamplona y con el debido respeto á V.S. espone: Que ace algun tiempo forme la idea de presentar un proyecto para la construccion de unos Gigantes nuevos del mismo tamaño que los que hay en la actualidad, los cuales reunan las condiciones siguientes. 1ª  la de ser sumamente ligeros, cuyo peso total no esceda de ochenta libras y este arreglado de forma que sus conductores, puedan maniobrar con facilidad y soltura, sin peligro de caerseles, como acontece en todas las beces que los sacan a pasear. 2ª  la de tener una solidez á prueva, sin embargo de la sencillez de sus armazones; y 3ª  la de ser unas figuras nobles, de elegantes formas y proporciones, segun el arte de escultura, cuyos personajes podran representar, la cuatro partes del mundo. Por tanto, biendo que la época de San Fermin se acerca, me ha parecido conbeniente presentar este proyecto á V.S. suplicándoles me concedan el permiso para construir uno o dos, para que en bista de ello, determinen la construccion de los demas y tengan por conbeniente, adbirtiendo que para la ejecucion de dicha labor, no ecsijo mas remuneración que la de abonarme puramente, el balor de los materiales que se empleen.
Por lo cual; Suplica y espera, de la acreditada justicia de V.S. se sirvan tener en consideracion lo propuesto, y determinar lo que juzguen por conbeniente. Pamplona, 31 de Marzo de 1860".

La iniciativa del maestro pintor fue aceptada de buen grado por los ediles, de forma que en la sesión del mismo día tomaron el acuerdo de comunicarle que hiciera dos gigantes, tal como lo certifica el secretario Pablo Ilarregui.

Tadeo Amorena respondió con creces a la confianza que había pedido y que el Ayuntamiento había depositado en él. La mejor muestra de ello es que los corporativos, al aprobar el pago de la factura presentada por la construcción de los gigantes europeos (2.600 reales de vellón), acordaron asimismo abonarle una gratificación extraordinaria de mil reales de vellón (acuerdo municipal de 30 de junio de 1860).

El trabajo de Tadeo Amorena debió ser conocido perfectamente por los munícipes pamploneses ya que, con posterioridad al encargo de la primera pareja de gigantes, se le pidió que construyera otros seis gigantes más, de alguna forma ya ofertados por el propio artista en su primera comunicación del día 31 de marzo al referirse a que sus personajes "podrían representar las cuatro partes del mundo". Tadeo Amorena cumplió el compromiso satisfactoriamente y, durante los sanfermines de aquél año de 1860, el Ayuntamiento aprobó el pago de seis mil reales de vellón por los seis gigantes entregados (quedó completo con ellos el grupo actual) con sus correspondientes. La corporación local decidió igualmente regalarle los seis gigantes viejos que ya no hacían falta a la ciudad.

En otro orden de cosas, no debe dejarse pasar la ocasión de reivindicar el buen nombre de Eleuterio Tadeo Amorena. Hay quienes piensan que, por aquello de "las cuatro partes del mundo" y el desconocimiento de Oceanía, era poco menos que un analfabeto. Nada más lejos de la realidad. Puede que no fuera un hombre de grandes estudios (con toda seguridad), pero un mero vistazo a la caligrafía de sus escritos (muchas de las que hoy vemos como faltas ortográficas eran habituales en la escritura de la época, incluso entre las personas ilustradas) demuestra que su paso por las aulas escolares no fue en vano.